jueves, 28 de junio de 2012

No te engañes, yo no quería crecer.

Comprendía demasiado bien lo que todo ese mundo adulto significaba. Era interesante escuchar sus palabras mientras jugaba debajo de la mesa y observaba la forma en que agitaban sus pies al ritmo de la conversación. Yo asociaba su forma de vestir al mensaje y bueno, la verdad es que luego el tiempo me ha dado un poco la razón.


Mi interés por el sexo nacía de la inocencia, no de unas ganas desmedidas de ser adulta. Es cierto que mi madre siempre fue muy explícita a la hora de darme las lecciones, pero tampoco puede decirse que fuese una educación liberal.


Creo que es muy probable que mi doble faceta comenzase a desarrollarse ya durante la infancia. Todas las niñas en el instituto se exhibían y se desarrollaban como si fuese una carrera y yo miraba mis muñecas con nostalgia (quizá por eso al revés, siempre he buscado la compañía de los niños). Tenía un cerebro maduro en un cuerpo sexuado y pequeñito.

Crecer para qué. Aún era pequeña, aún no menstruaba, aún no llevaba escotes. Me aferraba a los tallos de las flores, a la hierba, a la cuerda del columpio que montó mi abuelo en el garaje, a la cadena llena de grasa de la bici, a la cola de los renacuajos. Crecer, crecer. Aparentar. Fumar.

El sexo como reclamo. El sexo como máscara, como mentira, como convención social. Nada de experimentar de manera natural, de esconderse en el pajar para tocarse las curvas, las esquinas, los vértices, calcularse los diámetros, medir las vibraciones, sumar las tensiones. 

Al final te adaptas, como a todo. Pero aún me sigo sintiendo una continua niña inmigrante en un mundo de adultos.




3 comentarios:

Dicon dijo...

Precioso Gabriela, me encanta. Muy personal.

Te dejo un vídeo relacionado con lo que has escrito. Espero que te guste.

https://www.youtube.com/watch?v=Fdsy3FXOmXA&f4

G. dijo...

¡¡Qué interesante!! Me encanta, lo veré segurísimo y te contaré :)

Anónimo dijo...

*__*