viernes, 11 de agosto de 2017


Me costó descubrir que en el fondo lo que ocurría era que tú me habías llenado el corazón de arena, mar, rocas, mariposas, árboles milenarios y serpientes. Ahora llevo dentro de mí las tardes de lectura y tormenta, de manta y chimenea, de bizcocho de canela y chocolate. Soy un hada de flores y enredaderas creciéndome desde los pies hasta la nuca. Me huelen las venas a río y musgo, me laten como amaneceres acelerados llenos de escarcha, me corre la sangre a encontrarse cerca de ti como los caracoles hacia el asfalto mojado sin miedo a morir aplastados. Siento en mí los primeros rayos de sol constantemente, en las rocas que me crecieron, que quise apartar y que ahora acogen tanta vida. Soy en mí una niña trepando ramas hasta que las nubes ponen en mi nariz su dedo. Soy en mí niña india, cría de lobo, libélula. Si supieses cómo se me pueblan los hombros de petirrojos y ganas de estar viva, cómo de eterna me hace sentir sufrir en mis hojas las estaciones, mientras me trepan las hormigas por el tronco. 

Toda esta vida dentro de mí es por ti.

Cómo no voy a tener miedo de mirar fuera. 

viernes, 3 de febrero de 2017

Volver

Te puse en pause. Hice una promesa. La olvidé. Pero no. Seguí todos los senderos, tomé todas las decisiones, cometí todos los errores necesarios para cumplirla. A ratos te recordaba, como si me susurrases tu presencia suave, en la orejita. "Estoy aquí, recuerda". Temí no saber hacerte volver. Temí no llegar a aprender a ser nunca lo suficientemente buena como para cumplir lo prometido. No tuve jamás valor, pero fui capaz de inventarlo siempre que fue necesario. Como los cuentos. A ratos te hice nuevas promesas en silencio y, escondido en mí, tú que todo lo sabes, te lanzaste a hacer piruetas generando sonrisas que nadie entendía. Me he tejido un corazón de redes para sostenerte. Desde que te dejé partir has sido el hilo de mis sueños. No fue fácil, pero fuiste determinación. Te quise olvidar en público un ratito cada día. "Quiérenos", te sentía decir como respuesta a todo. "Calla, esto es entre tú yo". Subí la colina dispuesta a morir por ti. Tú lo sabes. Nunca había hablado tan en serio. No había sentido aún lo suficiente como para hablar tan en serio. Cinco segundos. Una marca en la frente. Deambulé entre la luz de un futuro que aún no era el nuestro. Espera. Espera. Aún no. Espera. Tenías que entenderlo. Y lo hiciste, pero también seguiste ahí. 
Ahora sí. ¿Ves más cerca nuestra promesa? 

Será nuestro secreto. 

Cuando nos miremos a los ojos al fin y nadie se imagine esta aventura. 

Nos habremos hecho volver. 

Gracias por quedarte.



lunes, 15 de febrero de 2016

Eres libre de elegir lo que proteges



Toma este silencio, que voy a preferirme a mí sin necesidad de exhibirlo, sin necesidad de ponerle ultimátums a la vida en forma de poesía, que voy a estarme calladita para crecer hacia dentro mientras tú miras hacia otro lado.

lunes, 21 de diciembre de 2015


De tanto jugar a las batallas me has quitado las ganas de librar esta guerra. Para ti el falso acantilado. Que mis mariposas también tienen derecho a agotarse cuando no sopla el viento y ya van tres huracanes azotando otras costas que no son la mía.


Quédate con su oscuridad, que yo me voy a mojarme de mar la sonrisa. No sea que un día tenga ganas de volver en mí y me encuentre perdida en el naufragio de otra. 

lunes, 23 de noviembre de 2015

Aún con hojas

Yo que siempre creí en las estaciones como algo inamovible nos encuentro en noviembre aún con hojas. 

Déjame hibernar para siempre en esta calma de tenerte. Déjame dormir sin cerrar las flores como si no fuese invierno, como si no fuesen a arrancarte de mí para alegrar otros ramos, otras vidas, otros rincones. 

Déjame cerrar los ojos como si fuese a entrar en tu mar para quedarme, como si jamás fuese a volver a tener frío ni nieve. Allá en el fondo no quiero ver las cordilleras blancas. Ven, a inventarte un cuento en este vientre donde el verano no termine. Ven, a susurrarme colores al oído hasta que olvide todo aquello que imaginé y me hizo tanto daño. 

Oblígame a creer que nunca ha sido invierno.

Y que jamás va a dejar de ser primavera. 


Katerina Plotnikova

lunes, 3 de agosto de 2015

Nunca te escucho

Llevo tanto tiempo contigo que me sé todas tus respuestas de memoria. Así que ahora me dedico a estudiar los gestos que emites en función del interlocutor al que te diriges.

Estoy reteniendo dentro de mí cada detalle, como por ejemplo el brillo de tus ojos en cada parte de la oración que recitas, el momento que eliges para colocarte el pelo, para hacer el guiño, la broma, el chiste. Estoy aprendiéndome al dedillo tus silencios, el ángulo en que sueles perder la mirada.

Así es como sé cuándo estás recordando a tu padre, cuándo echas de menos a tu hermano o cuándo estás asfixiada por la rutina.

Pero sí, tienes razón.

Nunca te escucho.

martes, 14 de enero de 2014

Carta al enemigo.

Y cuando me apoyo en ti con todo el peso de no-va-a-pasar-nada, viene la Trampa. Viene el vacío de terror de saber que harías cualquier cosa por tener un papel de secundaria de menos de un minuto en cualquier historia de amor que no sea la tuya; sentir que aunque esos dos se amen, aún van a dejarte un hueco en la comisura de sus labios para decirte a ti las palabras más bonitas.
No sabes el miedo que das cuando das por sentado que, aunque no seas nadie, siempre vamos a estar dispuestos a decirte que eres la cara de dolor más bonita que hemos visto en la vida. Incluso justo un instante antes de darle un beso a la persona que realmente amamos.
Lo peor de ti es la fe que tienes en ser punto estratégico de todas las guerras, de ver enemigos en cualquier proyecto de amor que no sea el tuyo.
Lo peor de ti es tu manera de convertirte en causa última, defendible a ultranza hasta la muerte, incluso cuando eres el motivo de los cientos de millones de lágrimas vertidas a escondidas por las amantes de todos tus soldados.

viernes, 11 de octubre de 2013

Escribir una palabra y tratar de borrarla con el dedo impregnado de saliva. El borrón resultado de semejante acto poético explicaría mejor lo que tengo que decirme antes que explotar en mil palabras.

No hay nadie que me pare cuando me escondo y me golpeo el cráneo emocional para hacerme la poesía sangre; tinta negra hoy, reguero de café mañana.


Si la luz pesase se arrastraría sobre mí arrancándome los bordes de la ropa, penetrándome hacia dentro como perdida pero muerta de hambre y de cansancio.

Y yo me abriría para dejarla entrar con cara de asesina, con cara de desamor, con cara de fe en que vas a dejar que te coma a besos esta noche. 

Luego la expulsaría en un parto interminable y acabaría llorando muy sola, con la espalda abrazándose hacia atrás a sí misma. Cenando sombras a oscuras, perdiendo velas, rondando amaneceres.

martes, 16 de julio de 2013

Carta a una tuitera

Abres la pestañita de Twitter y lanzas una granada de palabras que puede caer en cientos de corazones al mismo tiempo. 

De la tinta de mi boli al papel no hiero a nadie, pero las letras que se escriben en la pupila de los ojos de quien las lee son irrecuperables. Las palabras tienen filo para el alma. Jugamos con ellas como niños que juegan con fuego y animales y dolor y vida.

"Si no quiero verlo no existe", pensamos. Enlazamos letras con mensajes juguetones y los dejamos caer despacito, de un puntapié en la superficie de la córnea. Como bolas de nieve (o de fuego), en algunos corazones crecen y en otros se estrellan contra rocas aún más fuertes.

Pero a veces descienden a toda velocidad y da la suerte que se cuelan por la rendija de un corazón y duelen. Y sin quererlo encienden el mecanismo que invita a responder con la misma violencia emocional, tapada con la mantita esa del si-no-lo-veo-no-existe.

Yo expulso la palabra, tú le das forma con tu cabeza y el corazón la hace suya. Hay algo de magia, de trágico, de aterrador en el proceso que nos vuelve vulnerables. 

Y así sin que quieras saberlo dueles, hieres, mutilas, fabricas lágrimas, rencor, celos, sueños, amor, desilusión, dolor de ego e inseguridades.

Lo mejor de Twitter es que no deja huellas de tinta, ni manchas del crimen en los dedos.

jueves, 14 de marzo de 2013

A juego con las olas



Tengo la columna vertebral cubierta de lazos de seda apretando hasta dejarme inmóvil en la cama. La mirada se me clava en el techo y lo desgarra cada vez que pretendo volverme hacia dentro.

El miedo me lame cosas al oído pero no tengo ganas de escuchar. Hay algo que exhala en mi pecho como un anciano.

Me estoy esforzando por dejarme caer bonito.

No sé. Si te vas a tirar por un acantilado, al menos ponte un vestido a juego con las olas.