sábado, 28 de julio de 2012

Nunca volveré a hacerlo.

Cuando se repite esto una y mil veces no sabe exactamente a qué se refiere.

Quince minutos antes.

Siente el dolor como punzadas enormes, como aguijones, como piedras sepultándola por dentro, como vértigo infinito. Culpa de todo, culpable por todo. Irresponsable. Incapaz de manejar nada. El desprecio de uno, la incomprensión de otro, el amor no correspondido, los recuerdos que no volverán. No. Los recuerdos sí vuelven, claro que vuelven, pero lo que ella fue con esos recuerdos no. Se va perdiendo poco a poco por el camino. Las responsabilidades se acumulan, le estrujan el cráneo, le aprietan el pecho. El amor que pesa demasiado, la inseguridad y los celos. Le va creciendo la marea por dentro y apenas siente su piel o su pelo o sus pies en la tierra. La tormenta gira a su alrededor y todo da mil vueltas. Cómo se hace para gestionar todo ese caos que le sale de dentro, que le sale por los poros y por la boca y por las pupilas. Y se le arremolinan en el pecho las palabras y quiere pedir perdón y no sentir nada y quiere dominarse y ser racional y seguir como si no pasase nada pero no. No puede, el maldito dolor le trepa por las entrañas hasta el cerebro, se le agarra con unas manos horribles y va metiendo los dedos despacio en sus sesos. No hay dentro o fuera, no hay sueños, cielo, flores, nada. Se marea y focaliza.

Aparece en su mente el filo metálico, el blanco de la luz en el infinito del filo, el final del dolor en el filo, la vida manteniendo el equilibrio en el filo. 

Sale de su habitación arrastrándose hasta el baño. Coge la cuchilla. Entre a la cocina y agarra un cuchillo por la empuñadura.

Cuántas veces voy a tener que hacer esto.

Pensé que era la última.

Descuartiza la cuchilla de afeitar con la punta del cuchillo. Ya no llora. 

Paz.



Se está convirtiendo en una experta desmontando estos cacharros. Saca la fina hoja metálica. 

Le sigue sorprendiendo el poco esfuerzo que se necesita para invitar la sangre a salir. Es una escena carente de cualquier tipo de dramatismo. Es una herramienta para afrontar el dolor. Tranquila. En calma. Esta por ti. Esta por mí. Ya no duele el pecho. La tormenta se desvanece.

Nunca volveré a hacerlo.

martes, 24 de julio de 2012


Qué sería de la poesía sin las presas. Si dejamos escapar el amor y los besitos a pequeños sorbos entre los dientes, en lugar de acumularlos en el pecho hasta doler mucho, muy fuerte. Porque a veces decidimos sacrificar los poetas un poco de poesía para sentir un poco menos, y lo maquillamos todo con estrellitas y brillantina de palabras un poco superficiales, un poco frías, un poco llenas hasta el cuello de vacío, empachadas de costumbre.

Hay que digerir la vida también, que si no luego no hay quien se levante del sofá y nos pasamos el día durmiendo, y no todos tenemos cerca un río o un parque o una playa o una cascada o el cuerpo de un amante para cerrar los ojos y no pensar en nada.

lunes, 9 de julio de 2012

Lo rompo todo

Cuando era pequeñita iba a casa de mis amigas después del cole. Nos comíamos unos macarrones con tomate, veíamos dibujos animados y jugábamos un poco.

Era aterrador. Solía pasarme que en cada visita rompía algo. Tocaba algún juguete y zas, ya está, algo me cargaba. Una muñeca, un cochecito, una casita, un puzzle. No sé cómo me las arreglaba pero siempre lo hacía. Llegó un punto en que me negaba a jugar con los juguetes de mis amigas. Estaba muerta de miedo. Prefería jugar a cualquier cosa en la que no necesitásemos ningún objeto.

Soy una torpe y una mete patas. Rompo las cosas. Lo sé. Es como un mal de ojo. O no, soy yo. Es un mal endémico.

Ojalá vivir sin razones, sin motivos, sin corazón, sin sentimientos, y sin manos. Sin manos para no romperlo todo.


lunes, 2 de julio de 2012

La poesía huele


Ahí está. Cierro los ojos y me sube la poesía desde el estómago a la boca. Me vibra por el pelo. 

Los detonantes son: el fuego, la luna, el silencio, una taza de té y un cigarrillo. La poesía huele sábanas nuevas, a calor, a dormir sin sujetador, a ruido de olas, de mar desapareciendo continuamente en la arena. Huele a espuma y sol calentito. A ruido de pasos por las escaleras. Huele a viento contando cuentos a las estrellas, a hojas de árboles creando brillos de luz. La poesía huele a ganas de ti, huele a recuerdos, a nubes acelerándose con las horas. Huele al sonido imperceptible de los pétalos de una rosa golpeando el suelo. Huele a ti, a nosotros. La poesía huele a palabras, huele a muebles arañando el suelo, al peso de una persiana por la noche. Huele a lámparas rotas, a lengua acariciando el paladar, a sueños, a pestañas perdidas por los rincones de esta casa, a párpados mustios y arrugados deseando aplastarse contra la almohada. Huele a secretos mal ocultados, a querer y no poder ser lo que tú no quieres que seamos.