martes, 13 de diciembre de 2011

Los días de mierda se intuyen desde el primer segundo de consciencia en la cama. Fijaos que no digo de lucidez, porque, en mi humilde opinión, mis momentos más lúcidos suelen venir de la mano de los sueños. Como esta noche, en la que él me ha enseñado entre abrazos a tocar Ziggy Stardust en su guitarra. El día solo podría ir a peor. Creo.

Para colmo, mi adicción al caos anuncia una recaída. La falta de sueño, de orden, de prioridades y de espacio me genera vértigo en las tripas. Me siento arrastrar al asfalto.

En días como hoy sería más fácil encerrarse en casa y no levantar la mirada de los pies de la cama, dejarse caer en la apatía, restarle preocupaciones al resto.

Quiero decir, que dejen de preocuparse, porque sufren por mí. Lo hacen cada vez que no me entienden, y eso sucede cada vez más a menudo. Me siento como una gran ausencia.

Pero sin resentimientos. Hoy no tengo ganas de esforzarme en nadie.