lunes, 13 de agosto de 2012


En una habitación blanca como la cal. Sábanas blancas sueños blancos. Paredes blancas, crema, hasta humedades blancas. Olor a moho y a madera penetrante. Los muebles como ancianos arrugados y color tostado, despellejado por las horas, marrón tronco de árbol. Marco negro de las ventanas como ojos de madrugada.

Si tocas el suelo se queja, invita a volar hasta la cama. Lomos de libros acostados sobre el vacío de la habitación llaman a los dedos e incitan las miradas.

Todo lleno de silencio que se desborda por las grietas de las paredes y parece que va a explotar en millones de enredaderas, como si fuesen cajas de sorpresa. 

La cama reina en la habitación mientras sugiere sudor a pesar de estar muy seca, empapada de sueños pero muy seca. Dos mesitas y un barreño lleno de flores. De pétalos o de espinas, según cómo quiera verlo el lector.

Una bombilla peladita e indefensa se deja caer del techo en plan suicida.

Polvo como si no viviera nadie, pero huellas dactilares como si hubiese pasado la humanidad entera por sus sábanas.

Hay una rama de nogal adentrándose en la habitación por la ventana como si quisiera acostarse. Parece cansada. Todo el suelo lleno de pelotas verdes acunando nueces en su interior, manchándolo todo de verde, pudriéndose por fuera y despertándonos el hambre por dentro.

La rama de nogal entra por la ventana, que está metros hacia el cielo de manera antinatural. Son ganas de joder estas de poner ventanas tan altas por las que entran ramas de árboles por las que no mirar nunca por las que no ver nunca el cielo.

La bombilla quiere jugar con las ramitas y dejarse caer por sus arrugas cual tarzán para saber a qué sabe el suelo. Y qué sabe el suelo, también.

De la rama de nogal cuelga una niña. Entre la niña y la rama de nogal hay una cuerda. Parece una mariposa si no fuera porque no tiene alas ni antenas ni nada. La cuerda se sujeta firme en la rama de nogal. Firme porque la reafirma el peso de la niña. Digo niña porque es una adulta con una trenza enorme llena de flores que le cuelga de la cabeza y casi barre el suelo. 

Tiene el pelo rubio y está dormida. Una cosa está muy relacionada con la otra. Con la trenza y la habitación y con todo. Está desnuda. La cuerda gruesa pero desgastada dibuja sobre la piel de la niña dibujos simétricos. La recoge en posición fetal con la espalda hacia el suelo y la cabeza ladeada. Hay dos pequeñas cuerdas que atan también sus manos y sus pies. Está completamente inmovilizada.

Ahora el lector va a descubrir que no está forzada sino asegurada. Protegida. La protege la otra chica pelirroja que duerme desnuda boca abajo en la cama, con un hilillo de baba empapándole la barbilla y parte de la almohada. Hay un rayito de luz dormido sobre su pelo pero es mejor no decir nada sobre él, no vaya a despertarse.

Ella se despierta con la piel blanca como las paredes. No entreabre los ojos sino que los abre de par en par sin darte tiempo a separar tu rostro imaginario de su cara, y son tan azules que te da miedo y quieres que vuelva a cerrarlos, pero no lo hace y te enamoras y ya no puedes volver a pensar en nada más durante todo el relato. Solo puedes pensar en sus ojos azules flotando sobre esa piel tan blanca, con el pelo rojo y el rayito de sol recostadito, acurrucadito, dormidito. Y el hilillo de baba, claro. El hilillo de baba también.

Entonces ella se pone a cuatro patas y se pasa el reverso de la mano por la boca, extendiendo la baba hasta rozarle el lóbulo de la oreja, y después se limpia la mano pasándosela por la cara interna de los muslos, se gira rápido tirándose sobre su espalda, frotando las piernas. Estira los pies todo lo que puede hacia el techo, hacia la bombilla peladita como intentando rozarla, y la bombilla peladita se estira hacia los dedos de sus pies pero nada, que no hay forma. Así que los dos desisten y aflojan sus huesos y se dejan caer, o no caer, según sea el caso. 

Entonces ella gira la cabecita hacia un costado y las partes más mojadas de la cara se secan contra la almohada. Se mira insistentemente las venas pero no las ve latir, así que dispone su pelo rojo sobre la almohada como si fuesen las raíces de un árbol. Un árbol.

Se pone en pie, desnuda. Qué fastidioso el suelo siempre quejándose, pero es que ya es muy viejito. 

De una jarra enormemente blanca y llena de ornamentos y flores azules dejar caer una cascada de agua en un plato hondo gigante.  Detiene su atención en el sonido del agua, en el del viento, en el de las ramas de los árboles, en los pájaros. Cierra los ojos dos segundos.

En una bolsa de plástico a los pies de la cama hay tres kilos de moras frescas. La preciosidad del pelo rojo se pone de cuclillas, hunde sus manos entre las moras y saco un cuenco completamente lleno y manchado. Piensa que tiene la sangre de moras mientras se las acerca a la boca, se llena la boca, y los labios, y mastica, y el jugo de mora cae por el cuello y por los pechos y hasta algún reguerito llega al ombligo, incluso. De verdad. Lo juro.

Se pone en pie y se acerca a la niña así, comiendo moras con las dos manos, llenándose la cara y llenándoselo todo.

Se sitúa junto a la niña y ella se despierta y abre los ojos no como la chica del pelo rojo, sino despacito, con una película como de sueños rotos nublándole la mirada, pero feliz. La niña sonríe y la chica del pelo rojo entonces le sujeta de la nuca, con la mano de las moras, así, manchándole todo el pelo, y le mete la lengua en la boca suavecito, acariciándole los dientes y ella como bebiendo responde a su beso abriendo más la boca. 

Con la otra mano de moras entrelaza sus dedos con la niña, pero después decide apretarle las tetas. Así todo está lleno de moras, hasta el pelo rojo.

La niña está suspendida del árbol pero ella la sostiene como si el peso estuviese en sus brazos, con la mano izquierda sujetando su cabecita y la mano derecha… bueno, la mano derecha entonces está más abajo, con todo el jugo en sus dedos entrando en la niña despacito, y las lenguas mezclándose, y la mora y los dedos por dentro acariciando, y ya se oyen como gemidos, y entonces saca los dedos de ella y las dos los lamen. Lamen los dedos, y las manos, y todo. Y sonríen. Sobre todo sonríen, mucho.

Yo creo que se escucha hablar al nogal, pero de pronto entra como una brisa muy fría en la habitación, y ya no puedo ver nada.