domingo, 30 de diciembre de 2012

Mis manos no son manos.


Mis manos no son manos. Mis manos son pequeñas arañas. Arañitas, pequeñas idiotas. Mis manos son pequeñas arañitas idiotas muertas de frío. Juguetonas. Traidoras. Mis pequeñas arañas juegan a tejernos futuro. Mis pequeñas arañas juegan a tejer paracaídas de futuros, juegan a tejer sueños de piel, sueños de caricias. Mis pequeñas caricias se entretejen en tu piel suave, suave, suave como seda, yo torpe y pegajosa como tela, de araña. Mis pequeñas arañas se calientan las patitas de pensarte y de tejerse en ti. Tejerse, perderse. Mis pequeñas arañas tejen telas de araña sobre tu piel para no caer al vacío cuando me lance, al fin. En ti, mi trocito de piel, mi manta de sueños, mi collar de nubes...





jueves, 20 de diciembre de 2012

De aquí a Roma

Te (ngo miedo de volver a ser yo y que se convierta en un motivo para la distancia. Te quiero tanto que me elevas hasta dejarme colgada de las nubes. Y joder, qué vértigo. Te me has metido muy adentro. No sabía yo que tuviese tantas grietas, que fuese de un material tan poroso. Pero oye, mira. Y aquí estamos, volviéndonos imprescindibles. Te veo moverte por la habitación y me pareces el fenómeno meteorológico más bonito que he visto en mi vida. Vas generando corrientes de energía emocional por ahí como si no te dieras cuenta (no me creo nada). Eres todo suavidad por fuera y una maravillosa sensibilidad abrupta por dentro, una oscuridad de colores vivísimos, una suerte de montaña inabarcable salvo por la bruma que te generas. Que sé yo que a veces parezco intangible (o todo lo contrario) pero dime tú cómo compito yo con el estado gaseoso con el que te llenas por dentro cuando estamos juntas y desnudas en la cama. Ya ves, que quisiera yo llegar tan adentro y expandirme hasta calmarte (o colmarte, no sé) el pensamiento. Pero supongo que cada una tiene sus cositas. Lo difícil es desempeñar un papel sin saber cuál te ha tocado. Pero tranquila, que yo mientras te quiero. Mira. No sé si sabes esa sensación en el pecho cuando tumbada sobre el césped se te engancha la mirada de la rama de algún árbol y el sol juega a esconderse, descubriéndose a través de las hojas. Así tú me ves y yo te siento cuando intuyo que me miras por entre ese pelito tan suave que tienes. Cada una tiene su manera de esconderse. Yo cuando siento fuerte lo empujo hacia dentro, pero no tengo nada para disimular con las manos. Y claro. Ay, oye, no sé, pero yo me quedo. Que eres el mejor paraje que voy a encontrar de aquí a Roma. Seguro) quiero.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Llora entre mis brazos. Se desarma como se desarman las granadas en las manos, explotando su jugo con dureza, golpeando su sonido la tela de mis pantalones, golpes secos, tac, tac, y yo por dentro. Con lo que me gusta a mí sincronizarme con todo. Jesús. 

Y qué pereza da comerse las granadas. Pues mira, no. Yo las abro y las como de mil maneras, y si tú no tienes paciencia, pues es tu bendito problema. Si tú no te emocionas con la contradicción de la bomba de azúcar por el núcleo amargo, es tu bendito problema. 

Mira, es que, verás. Yo te abriría las manos y dejaría caer los dientes rosados sobre tus palmas. Te invitaría un poco a mirar a través de ellos. A comerlos uno a uno, a llenarte la boca a puñados. 

Vivir es una mierda. Asco de sol reflejándose en los tomates del jardín de mi abuelo. A quién se le ocurre.

Desde entonces no hago otra cosa que esconderme. Si al menos aquí hubiese ortigas...

martes, 23 de octubre de 2012

No sabía que podrían llegar a fascinarme tanto las matemáticas. La continua ecuación a la que me sometes. Las x que me vuelvo loca por grabarte en la piel con saliva cada mañana, el continuo intentar tomar distancia  y fracasar cada vez, el medirte con todo mi cuerpo y saberte de memoria en proporción a cada mano y cada dedo. Las ganas de llorar no cuantificables, el universo hecho deseo, la mecánica cuántica que vete a saber qué es pero tiene que tener algo que ver con tu mirada. Los esquemas que me tiro horas pensando para saber cómo acercarme y que mandas al traste cuando giras la cabeza para colocarte otra vez el pelo. Y otra, y otra, y una vez más, y no dejes de hacerlo nunca, por favor, de verdad, te lo suplico.

Las ganas de verte que si quieres te las mido en kilómetros, en horas, en cafés, en angustia, en horas de sueño, en trabajos de clase, en vasos de leche con galletas, en canciones de Pauline en la playa, en lunares o en latidos.

A ver a quién le explico yo estas ganas de restarme todo para sumarme más a ti, sumarte a mí y sumarnos la piel y sumárnoslo todo y sumar besos y horas de cama hasta hacernos pasteles infinitos de sábanas en los que comernos con las manos como niñas.

Este continuo calcular la distancia teniendo dos incógnitas que me hace sonreír tantísimo. Este no poder parar de operar con todos los factores.

Este continuo calcularnos. Y solucionarnos. También. También solucionarnos.


 

domingo, 7 de octubre de 2012

Carta


Estoy echando litros de leche caliente al estómago para que me duelas menos. Estoy haciéndome un océano por dentro, me estoy ahogando mucho y me están creciendo olas como manos de espuma que echan de menos tocarte.

Cuando estoy contigo soy un ciempiés. Camino despacito, vale, pero tengo como patitas diminutas con las que te recorro arriba y abajo, arriba y abajo. No te quejes si me centro en unas flores más que en otras, porque estoy haciendo fotografías con todos los sentidos, y ya les gustaría a otros, mi amor.

Como te echo de menos también por la garganta sigo bebiendo leche y también me meto muchas letras pos los ojos, como si fuese yo un pozo sin fondo. Fíjate. Más te vale que vengas pronto a salvarme. Porque me estoy creyendo Moby-Dick y eso no puede ser bueno.

Y oye, que tengo muchas ganas de invitarte a un picnic. Ahora que es casi invierno y acabamos de enamorarnos y no es aún tiempo de cerezas. Ya ves. Así soy yo, mejor que te vayas acostumbrando, mi vida.

Me estás haciendo cosas muy bonitas por dentro y no te das cuenta. Pero bueno, yo a callar. Que sin decirlo en alto es mucho más bonito. O eso dicen.

lunes, 13 de agosto de 2012


En una habitación blanca como la cal. Sábanas blancas sueños blancos. Paredes blancas, crema, hasta humedades blancas. Olor a moho y a madera penetrante. Los muebles como ancianos arrugados y color tostado, despellejado por las horas, marrón tronco de árbol. Marco negro de las ventanas como ojos de madrugada.

Si tocas el suelo se queja, invita a volar hasta la cama. Lomos de libros acostados sobre el vacío de la habitación llaman a los dedos e incitan las miradas.

Todo lleno de silencio que se desborda por las grietas de las paredes y parece que va a explotar en millones de enredaderas, como si fuesen cajas de sorpresa. 

La cama reina en la habitación mientras sugiere sudor a pesar de estar muy seca, empapada de sueños pero muy seca. Dos mesitas y un barreño lleno de flores. De pétalos o de espinas, según cómo quiera verlo el lector.

Una bombilla peladita e indefensa se deja caer del techo en plan suicida.

Polvo como si no viviera nadie, pero huellas dactilares como si hubiese pasado la humanidad entera por sus sábanas.

Hay una rama de nogal adentrándose en la habitación por la ventana como si quisiera acostarse. Parece cansada. Todo el suelo lleno de pelotas verdes acunando nueces en su interior, manchándolo todo de verde, pudriéndose por fuera y despertándonos el hambre por dentro.

La rama de nogal entra por la ventana, que está metros hacia el cielo de manera antinatural. Son ganas de joder estas de poner ventanas tan altas por las que entran ramas de árboles por las que no mirar nunca por las que no ver nunca el cielo.

La bombilla quiere jugar con las ramitas y dejarse caer por sus arrugas cual tarzán para saber a qué sabe el suelo. Y qué sabe el suelo, también.

De la rama de nogal cuelga una niña. Entre la niña y la rama de nogal hay una cuerda. Parece una mariposa si no fuera porque no tiene alas ni antenas ni nada. La cuerda se sujeta firme en la rama de nogal. Firme porque la reafirma el peso de la niña. Digo niña porque es una adulta con una trenza enorme llena de flores que le cuelga de la cabeza y casi barre el suelo. 

Tiene el pelo rubio y está dormida. Una cosa está muy relacionada con la otra. Con la trenza y la habitación y con todo. Está desnuda. La cuerda gruesa pero desgastada dibuja sobre la piel de la niña dibujos simétricos. La recoge en posición fetal con la espalda hacia el suelo y la cabeza ladeada. Hay dos pequeñas cuerdas que atan también sus manos y sus pies. Está completamente inmovilizada.

Ahora el lector va a descubrir que no está forzada sino asegurada. Protegida. La protege la otra chica pelirroja que duerme desnuda boca abajo en la cama, con un hilillo de baba empapándole la barbilla y parte de la almohada. Hay un rayito de luz dormido sobre su pelo pero es mejor no decir nada sobre él, no vaya a despertarse.

Ella se despierta con la piel blanca como las paredes. No entreabre los ojos sino que los abre de par en par sin darte tiempo a separar tu rostro imaginario de su cara, y son tan azules que te da miedo y quieres que vuelva a cerrarlos, pero no lo hace y te enamoras y ya no puedes volver a pensar en nada más durante todo el relato. Solo puedes pensar en sus ojos azules flotando sobre esa piel tan blanca, con el pelo rojo y el rayito de sol recostadito, acurrucadito, dormidito. Y el hilillo de baba, claro. El hilillo de baba también.

Entonces ella se pone a cuatro patas y se pasa el reverso de la mano por la boca, extendiendo la baba hasta rozarle el lóbulo de la oreja, y después se limpia la mano pasándosela por la cara interna de los muslos, se gira rápido tirándose sobre su espalda, frotando las piernas. Estira los pies todo lo que puede hacia el techo, hacia la bombilla peladita como intentando rozarla, y la bombilla peladita se estira hacia los dedos de sus pies pero nada, que no hay forma. Así que los dos desisten y aflojan sus huesos y se dejan caer, o no caer, según sea el caso. 

Entonces ella gira la cabecita hacia un costado y las partes más mojadas de la cara se secan contra la almohada. Se mira insistentemente las venas pero no las ve latir, así que dispone su pelo rojo sobre la almohada como si fuesen las raíces de un árbol. Un árbol.

Se pone en pie, desnuda. Qué fastidioso el suelo siempre quejándose, pero es que ya es muy viejito. 

De una jarra enormemente blanca y llena de ornamentos y flores azules dejar caer una cascada de agua en un plato hondo gigante.  Detiene su atención en el sonido del agua, en el del viento, en el de las ramas de los árboles, en los pájaros. Cierra los ojos dos segundos.

En una bolsa de plástico a los pies de la cama hay tres kilos de moras frescas. La preciosidad del pelo rojo se pone de cuclillas, hunde sus manos entre las moras y saco un cuenco completamente lleno y manchado. Piensa que tiene la sangre de moras mientras se las acerca a la boca, se llena la boca, y los labios, y mastica, y el jugo de mora cae por el cuello y por los pechos y hasta algún reguerito llega al ombligo, incluso. De verdad. Lo juro.

Se pone en pie y se acerca a la niña así, comiendo moras con las dos manos, llenándose la cara y llenándoselo todo.

Se sitúa junto a la niña y ella se despierta y abre los ojos no como la chica del pelo rojo, sino despacito, con una película como de sueños rotos nublándole la mirada, pero feliz. La niña sonríe y la chica del pelo rojo entonces le sujeta de la nuca, con la mano de las moras, así, manchándole todo el pelo, y le mete la lengua en la boca suavecito, acariciándole los dientes y ella como bebiendo responde a su beso abriendo más la boca. 

Con la otra mano de moras entrelaza sus dedos con la niña, pero después decide apretarle las tetas. Así todo está lleno de moras, hasta el pelo rojo.

La niña está suspendida del árbol pero ella la sostiene como si el peso estuviese en sus brazos, con la mano izquierda sujetando su cabecita y la mano derecha… bueno, la mano derecha entonces está más abajo, con todo el jugo en sus dedos entrando en la niña despacito, y las lenguas mezclándose, y la mora y los dedos por dentro acariciando, y ya se oyen como gemidos, y entonces saca los dedos de ella y las dos los lamen. Lamen los dedos, y las manos, y todo. Y sonríen. Sobre todo sonríen, mucho.

Yo creo que se escucha hablar al nogal, pero de pronto entra como una brisa muy fría en la habitación, y ya no puedo ver nada.

sábado, 28 de julio de 2012

Nunca volveré a hacerlo.

Cuando se repite esto una y mil veces no sabe exactamente a qué se refiere.

Quince minutos antes.

Siente el dolor como punzadas enormes, como aguijones, como piedras sepultándola por dentro, como vértigo infinito. Culpa de todo, culpable por todo. Irresponsable. Incapaz de manejar nada. El desprecio de uno, la incomprensión de otro, el amor no correspondido, los recuerdos que no volverán. No. Los recuerdos sí vuelven, claro que vuelven, pero lo que ella fue con esos recuerdos no. Se va perdiendo poco a poco por el camino. Las responsabilidades se acumulan, le estrujan el cráneo, le aprietan el pecho. El amor que pesa demasiado, la inseguridad y los celos. Le va creciendo la marea por dentro y apenas siente su piel o su pelo o sus pies en la tierra. La tormenta gira a su alrededor y todo da mil vueltas. Cómo se hace para gestionar todo ese caos que le sale de dentro, que le sale por los poros y por la boca y por las pupilas. Y se le arremolinan en el pecho las palabras y quiere pedir perdón y no sentir nada y quiere dominarse y ser racional y seguir como si no pasase nada pero no. No puede, el maldito dolor le trepa por las entrañas hasta el cerebro, se le agarra con unas manos horribles y va metiendo los dedos despacio en sus sesos. No hay dentro o fuera, no hay sueños, cielo, flores, nada. Se marea y focaliza.

Aparece en su mente el filo metálico, el blanco de la luz en el infinito del filo, el final del dolor en el filo, la vida manteniendo el equilibrio en el filo. 

Sale de su habitación arrastrándose hasta el baño. Coge la cuchilla. Entre a la cocina y agarra un cuchillo por la empuñadura.

Cuántas veces voy a tener que hacer esto.

Pensé que era la última.

Descuartiza la cuchilla de afeitar con la punta del cuchillo. Ya no llora. 

Paz.



Se está convirtiendo en una experta desmontando estos cacharros. Saca la fina hoja metálica. 

Le sigue sorprendiendo el poco esfuerzo que se necesita para invitar la sangre a salir. Es una escena carente de cualquier tipo de dramatismo. Es una herramienta para afrontar el dolor. Tranquila. En calma. Esta por ti. Esta por mí. Ya no duele el pecho. La tormenta se desvanece.

Nunca volveré a hacerlo.

martes, 24 de julio de 2012


Qué sería de la poesía sin las presas. Si dejamos escapar el amor y los besitos a pequeños sorbos entre los dientes, en lugar de acumularlos en el pecho hasta doler mucho, muy fuerte. Porque a veces decidimos sacrificar los poetas un poco de poesía para sentir un poco menos, y lo maquillamos todo con estrellitas y brillantina de palabras un poco superficiales, un poco frías, un poco llenas hasta el cuello de vacío, empachadas de costumbre.

Hay que digerir la vida también, que si no luego no hay quien se levante del sofá y nos pasamos el día durmiendo, y no todos tenemos cerca un río o un parque o una playa o una cascada o el cuerpo de un amante para cerrar los ojos y no pensar en nada.

lunes, 9 de julio de 2012

Lo rompo todo

Cuando era pequeñita iba a casa de mis amigas después del cole. Nos comíamos unos macarrones con tomate, veíamos dibujos animados y jugábamos un poco.

Era aterrador. Solía pasarme que en cada visita rompía algo. Tocaba algún juguete y zas, ya está, algo me cargaba. Una muñeca, un cochecito, una casita, un puzzle. No sé cómo me las arreglaba pero siempre lo hacía. Llegó un punto en que me negaba a jugar con los juguetes de mis amigas. Estaba muerta de miedo. Prefería jugar a cualquier cosa en la que no necesitásemos ningún objeto.

Soy una torpe y una mete patas. Rompo las cosas. Lo sé. Es como un mal de ojo. O no, soy yo. Es un mal endémico.

Ojalá vivir sin razones, sin motivos, sin corazón, sin sentimientos, y sin manos. Sin manos para no romperlo todo.


lunes, 2 de julio de 2012

La poesía huele


Ahí está. Cierro los ojos y me sube la poesía desde el estómago a la boca. Me vibra por el pelo. 

Los detonantes son: el fuego, la luna, el silencio, una taza de té y un cigarrillo. La poesía huele sábanas nuevas, a calor, a dormir sin sujetador, a ruido de olas, de mar desapareciendo continuamente en la arena. Huele a espuma y sol calentito. A ruido de pasos por las escaleras. Huele a viento contando cuentos a las estrellas, a hojas de árboles creando brillos de luz. La poesía huele a ganas de ti, huele a recuerdos, a nubes acelerándose con las horas. Huele al sonido imperceptible de los pétalos de una rosa golpeando el suelo. Huele a ti, a nosotros. La poesía huele a palabras, huele a muebles arañando el suelo, al peso de una persiana por la noche. Huele a lámparas rotas, a lengua acariciando el paladar, a sueños, a pestañas perdidas por los rincones de esta casa, a párpados mustios y arrugados deseando aplastarse contra la almohada. Huele a secretos mal ocultados, a querer y no poder ser lo que tú no quieres que seamos.

jueves, 28 de junio de 2012

No te engañes, yo no quería crecer.

Comprendía demasiado bien lo que todo ese mundo adulto significaba. Era interesante escuchar sus palabras mientras jugaba debajo de la mesa y observaba la forma en que agitaban sus pies al ritmo de la conversación. Yo asociaba su forma de vestir al mensaje y bueno, la verdad es que luego el tiempo me ha dado un poco la razón.


Mi interés por el sexo nacía de la inocencia, no de unas ganas desmedidas de ser adulta. Es cierto que mi madre siempre fue muy explícita a la hora de darme las lecciones, pero tampoco puede decirse que fuese una educación liberal.


Creo que es muy probable que mi doble faceta comenzase a desarrollarse ya durante la infancia. Todas las niñas en el instituto se exhibían y se desarrollaban como si fuese una carrera y yo miraba mis muñecas con nostalgia (quizá por eso al revés, siempre he buscado la compañía de los niños). Tenía un cerebro maduro en un cuerpo sexuado y pequeñito.

Crecer para qué. Aún era pequeña, aún no menstruaba, aún no llevaba escotes. Me aferraba a los tallos de las flores, a la hierba, a la cuerda del columpio que montó mi abuelo en el garaje, a la cadena llena de grasa de la bici, a la cola de los renacuajos. Crecer, crecer. Aparentar. Fumar.

El sexo como reclamo. El sexo como máscara, como mentira, como convención social. Nada de experimentar de manera natural, de esconderse en el pajar para tocarse las curvas, las esquinas, los vértices, calcularse los diámetros, medir las vibraciones, sumar las tensiones. 

Al final te adaptas, como a todo. Pero aún me sigo sintiendo una continua niña inmigrante en un mundo de adultos.




martes, 26 de junio de 2012

Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi, y apuesto a que será uno de esos momentos que vendrán a mi mente el día que todo acabe.

Iba a encontrarme con ella, jamás nos habíamos visto. Llevaba los nervios cubriendo la piel como si fuese una vibración invisible, con los ojos abiertos de par en par registrando las fachadas de los edificios y los comercios.

Cuando abrió la puerta me pareció preciosa. Tenía una sonrisa inmensa y después de dos segundos, apenas habíamos intercambiado medio "hola" y ya me sentía como en casa. Recuerdo la forma en que giró la cabeza hacia un lado, la manera en que la blusa acompañaba su simpatía, la sensación de cercanía cuando me dio dos besos. "Quiero besarte". De toda nuestra conversación que duró nueve horas sin descanso, el 80% eran ganas de besarla. 

Se tiende a pensar que el flechazo es el que atraviesa a uno solo, como mucho a dos personas de una manera recíproca. Yo lo que sentí cuando apareció ante mí fue una flecha que me atravesaba hacia ella, que se insertaba en las dos, que nos unía. 

Ahora esa imagen se acuesta en mi estómago por las noches antes de dormir cuando me siento sola. Y me reconforta. Incluso con esta horrible almohada.


jueves, 21 de junio de 2012

Prometo acabarme este vaso de leche y dejar de soñar.

Así empiezo la noche. No nos vamos a poner a debatir ahora cuándo empieza o cuándo no empieza una noche. Ayer empezó al oscurecer y hoy cuando metí el pié derecho en la cama. La noche es subjetiva.

http://sleepy-headzzz.tumblr.com/
Soy una mujer de rutinas. Me da miedo. Todo lo que no sean rutinas repetidas hasta la saciedad me asusta. Repito los fallos y los aciertos. Lo repito todo. Las palabras, las sensaciones, las caricias. Clasifico como caos todo lo que no esté dentro de ese orden y me hace sufrir. Me doy cuenta pero incumplir mis rutinas es la única libertad que me queda. Sufrir para ser libre. 

Se me acaba la leche y me pongo triste. Trato de engañarme echando puñados enormes de cereales que no hay quien cubra.

A quién trato de engañar.

Se acaba. Me acabo.

Nos acabamos.

martes, 19 de junio de 2012


Tengo una colección de tréboles de cuatro hojas. 

Ya ves, se me da fatal encontrar el amor, pero soy un As encontrando hierbas. 

Tengo uno en cada libro que ha marcado mi vida. No me preguntes cuál porque no tengo ni idea. Leo los libros y los olvido tan pronto como intensa es la señal que dejan en mi alma. Lo mejor con los recuerdos es olvidarlos. Si no luego cómo vas a recordarlos, cómo vas a disfrutar de ese choque frontal al torcer la esquina en una calle de Madrid, junto a ese banco en el que desayunaste una taza de resaca después de beberte la noche a pelo con tu mejor amiga. 

Imposible. 

Así que a veces le acaricio el lomo a mis libros, ronronean un poco, saco uno, le provoco un escalofrío y ¡oh! ¡sorpresa! ¡un trébol! 

A mis padres les fascina mi habilidad para las hierbas. Yo disfruto más pasando la yema del dedo por el tallo, o acariciándome la frente con sus pétalos, pero no sé. Convenciones sociales, supongo. 

Me entreno en las paradas del autobús, buscando desde la ventana en las macetas de las aceras de Santander. Clavo la mirada en ese mar verde de óvalos y busco las conexiones, me detengo en las hormigas, sigo con las sombras, esquivo las gotas de rocío. A veces los veo y no digo nada. Algunos tréboles son tímidos y prefieren seguir ocultos. Yo me los callo por una cuestión de empatía. Me recuerdan a mí cuando era pequeña. 

Algún día alguien me encontrará a mí así como yo encuentro mis tréboles. 

Y me guardará en su mejor libro.

domingo, 17 de junio de 2012


Verás. Me callo con la Intención. Y Soledad no para de reírse de nosotras. Quererte es como dormir con sujetador. Pero es que estoy tan cansada de no tener ganas de amar que al final te quiero. Pero no te amo, eh, no, no. No. Amar no, porque amar es lo que hago con ese ideal que configuro en mi cabeza y que joder, me odiarán, pero tiene como mil filtros de Instagram al mismo tiempo. 


Bueno, la cuestión es que me tiro en la cama agotada de vivir esforzándome por no estar triste o no dejarme entristecer o no dejar que otros se entristezcan o no dejar que tú me entristezcas a mí y es tan agotador. Tan.

Que no tengo nadie que me quite los pantalones y me arrope. No sé, no sé si quiero enamorarme o volver a ser una niña, o a lo mejor es que al final es lo mismo y quiero un hombre con el que hacer casitas de sábanas, contarnos secretos y enseñarle mis bragas, así como haciéndome la inocente y decirle que de mayor quiero ser un flan.

¿Ves? Ya está, otro filtro de Instagram. Si es que me salen solos, espero que no me lo tengan en cuenta.


sábado, 16 de junio de 2012

Sábanas espejo


Me acuesto todas las noches abrazada a una duda calentita de si me quieres, de si a lo mejor, quizá, tal vez, a veces, cuando todo falla, te apetecería abrazarme solo un poco, cinco minutos, de si me dejarías meter mis piernas entre las tuyas un momento, pequeñito, un instante, solo unos segundos de frotarme con tu piel, de sentir tus pelitos guerreando con esta suavidad desaprovechada, perdida, desperdiciada, arrinconada... Y perdón si molesto. Aprieto esa duda entre las sábanas y mis pechos para que no se escape, como si fuese un gatito, suave, sin estrujar. 

Ay, cuando hasta mi gato escapa de mis caricias, no sé cómo te pido esto. 

Hay aquí un montón de sábanas que nunca tendrían forma de cuerpo si no es porque reflejan el mío. 

Sábanas espejo, menudo concepto ¿eh?

martes, 12 de junio de 2012

Tengo ganas, tengo ganas. Tengo ganas de tener las paredes de un color amarillo desgastado, a juego con hojas de periódico antiguo hablando de carruajes, de caballos, de señoras con sombrilla, de desmayos, de las flores, de la primavera, de la industria y un aire como contaminado de progreso lanzándoseme de cabeza en los poros de la piel. Tengo ganas de hacer equilibrios con los pies desnudos por las juntas de los azulejos con cuidado, cuidadito de no caerme, y un pitillo apagado pegado a mi labio inferior, un sombrero de copa, rimmel corrido, vino seco por mis pechos, mirada perdida, música clásica en el gramófono, ojos cerrados, un pasito, otro pasito, adelante, mis gatitos bebiendo leche en un plato sucio, concierto de pulgas, geranios en la cocina, las vecinas cuchichean, sus hijos juegan en el patio a las canicas con las rodillas negras de carbón, los zapatos rotos, algunos se enamoran, otros se mueren, y yo desfilando, despacito, que me caigo, aún sonrío, me caigo, me hundo en la cama. Qué me voy a hundir si está como una piedra, y se me desconcha el techo sobre la nariz y qué sé yo. Me voy a seguir estudiando. 

jueves, 7 de junio de 2012

Brasil

Papá llega de un largo viaje. Un viaje muy largo y, tras la cena, le pregunta a Gabriela si puede ponerle una canción.

Papá se recuesta en el respaldo del sofá mientras Gabriela enciende la música. "Sssh". Silencio. "Es una canción para escucharla". 

Apenas escucha las primeras palabras, ella viaja con la memoria a una oscura habitación de Madrid con olor a madera antigua barnizada. Al cerrar los ojos casi puede volver a sentir el perfume de aquel chico de Brasil haciéndole cosquillitas en los orificios de la nariz... Un chico de esos que camina en invierno por Gran Vía con chaqueta y sombrero.

Gabriela está tumbada en la cama mientras él prepara tres copas de absenta, tal y como se tomaba antes, con su terrón de azúcar y Erik Satie sonando de fondo. Una compañera de la facultad ojea los tomos de "El Capital" de Karl Marx, que se extienden sobre las baldas, con una sonrisa deliciosa en la boca. 

Llaman a la puerta. El padre del chico les trae unos platos de pescado cocinado al horno. Gabriela recuerda con detalle los aros de cebolla dispuestos de manera perfectamente concéntrica, pochaditos en mantequilla, y su olor peleándose con el olor de la madera barnizada, el de los libros y el del alcohol.


Después de comer, de hablar de política, de cine, de música, de arte y de cultura, la compañera de la facultad se va; les deja solos.


- ¿Te suena el libro "Gabriela, clavo y canela"?
- Pues claro, de Jorge Amado, cómo no me va a sonar. Tengo por aquí la película.
- Mi padre me puso mi nombre por la protagonista de ese libro.
- Vaya... tu padre acertó de pleno.

Y la ven. Ven tumbados en la cama la película brasileña del libro por el cual su padre escogió su nombre. Su padre, que está sentado en el sofá con ella, escuchando la canción que le lleva a recordar ese momento.

Y es en ese momento, en ese preciso momento, cuando el tiempo está a punto de romperse, sobre todo porque Gabriela sabe que lo que ocurrió después en esa habitación jamás llegó a nada, y se pregunta si las decisiones que tomó entonces no fueron quizá las equivocadas. 

martes, 5 de junio de 2012

Kit de emergencia contra la tristeza



Estoy tan acostumbrada a estar triste que me tomo mis bajones como síntomas de unas enfermedad crónica que arrastro desde la infancia. No es una tristeza adolescente. Llamo tristeza adolescente a esa tristeza cegadora que me golpeaba cada cierto tiempo cuando tenía 16 años. Era un sentimiento realmente cegador porque ocultaba gran parte de la realidad bajo su peso. Cuando aparecía, no era capaz de ver nada más, de sentir nada más que no fuera eso. Con el tiempo, cada vez que me sobreviene uno de estos ataques, voy aprendiendo a que discurra por dentro, o de una forma paralela a mi felicidad. Nunca estoy completamente triste, pero tampoco completamente feliz. Es como si me desdoblase y estuviese en dos mundos paralelos por unas horas. Me he entrenado muy bien para traer a mi mente las frases, las palabras que me devuelvan la objetividad, la racionalidad. Las palabras, actitudes y posturas que me permitan seguir. Los efectos secundarios de esta medicación son un color gris que tiende a cubrirlo todo, una cierta apatía, un poco de soledad y una sensación como metafísica de continua reflexión sobre todo.

Guardo en el cajón un botiquín contra la tristeza que contiene: fotografías del verano, la canción "I know what I know" de Paul Simon, un biquini, una rosa (puede servir cualquier flor, en realidad), unas palabras de una persona a la que quiero, un gato, una taza de café o de té, un recuerdo de la infancia, la sonrisa de un niño, el olor del mar, un abrazo de mis padres, una casita hecha con sábanas, un árbol, un baño en el río, el recuerdo de una noche de verano acariciándome la mano con un chico en secreto, la sensación del frío de las baldosas en los pies cuando hace calor, un paseo en bicicleta, un helado, un renacuajo, un globo de agua, un estornudo, un lametazo de mi perro, un disco de vinilo, un baño en el mar mediterráneo, un paseo por el Retiro de Madrid, y bueno, casi que no me entra más, así que voy a tener que hacer un poco de hueco para otro. 

Yo creo que me da para empezar una colección. O una vida, como lo llama la gente. 

viernes, 1 de junio de 2012

Capítulo X

O. se deja caer. Es una expresión general para un sentimiento que se extiende a lo largo de su vida. A menudo busca pequeños responsables para dejar caer la sentencia: Me siento así por ti. Pero no. Es un sentimiento que trasciende edades y fronteras. 

O. busca a quién responsabilizar de lo que siente. Busca EN QUIÉN esconder lo que siente. A menudo confunde a los dueños de sus sentimientos. Algunos creen que es por ellos. "Es por mí, seguro". "No, en realidad es por mí". "No, que es por mí" piensa O. Pero nadie se da cuenta. O, es un eterno segundo plato, un continuo segundero en el reloj, un continuo "puede esperar", un continuo "aguanta", un continuo "ya llegará", un continuo "qué pesada eres, yo estoy primero". O, espera a la cola de la carnicería con la lista de la compra, con una cerveza en la mano, con un cigarro, con un sueño, con una esperanza. 

O. espera con el verano balanceándose en su falda, con todos los sueños de vete a saber tú qué vida que acabará vete a saber tú cuando, esperando vete a saber tú qué. Qué cosa. 

Pero O, siempre es feliz. A pesar de toda la tristeza. Es de esas pequeñas cosas que la separan del resto. Ay, cuánto ha podido llorar en una tarde como esta, cómo de hinchados puede tener los ojos, cómo de despreciada puede llegar a sentirse, y sin embargo es capaz de sonreír con cualquier canción, con cualquier esperanza de tenerla a ella entre sus brazos, ella que que se muestra receptiva, ella que parece suave, que parece sonreír, que parece tener ganas de ser feliz. Y no deja de imaginar su pelo meciéndose al ritmo de la música y de su cintura, de la cintura de las dos, del agua, del mar, de la sal, de toda esa desesperanza que ellas convierten en algo, en ganas de algo, en ganas de estallar, de sobrevivir, de volver a amar con sonrisas, no con lágrimas. 

O, sería suya. Solo necesita verla una vez más. Pero sabe que aún no. Que aún no se puede. Que hay que esperar. Y tiene miedo de todo. De todo el tiempo, de toda la distancia. 

No importa, no importa.

O. sabe cerrar muy bien los ojos. Herméticamente.


viernes, 25 de mayo de 2012


Estoy sentada en el sofá con un moño tenso en el pelo que me obliga a ser consciente de que estoy viva. Suena el lago de los cisnes. La casa retumba con cada trueno de la tormenta que ha acabado con el día.

Sobre mi mesa hay una copa de vino y tres libros.

Hoy he llorado. Después de tres meses, he llorado. Ya pensaba que algo se me moría por dentro. Yo, la llorona. Tres meses sin dejar caer un río de lágrimas. Que tres o cuatro habían caído, pero no de esas de necesitar abrazarme a mí misma (que Soledad es muy flaquita, jolín).

He sido consciente por un momento de una tristeza muy profunda. Mucho. Una tristeza que habita en el fondo infinito de mi ser. Me he sentido la piel crecer como la corteza de un árbol, a base de recuerdos, para cubrir bien esa pena que se recostaba sobre mí. Luego me he tomado una taza de café.

No sé qué libro elegir. Es demasiado tiempo jugando a distraerme. Ahora las palabras de un libro suponen una pausa interminable para sentir. Y no quiero, porque yo soy de las que huyen hacia delante. O eso dicen.

Dance of the swans. Me como el gajo de una mandarina, y ya veremos. 

domingo, 6 de mayo de 2012

Aeropuertos

Januz Miralles, The Wait
Cuando se deprime, O. se sube al coche y conduce en silencio hasta el aeropuerto. Los aeropuertos tienen mucho de límite. De vacío. De encuentro y desencuentro, de comienzo y final, de despedidas y bienvenidas, de lágrimas y sonrisas.

En el aeropuerto O. puede llorar tranquila y nadie sabe si es porque se va o porque vuelve, porque pierde a alguien o porque lo recupera. 

Los teléfonos móviles suenan sin descanso, como recién nacidos en la sala de neonatos. O. renace entre ellos, invisible. Nace y también se muere. Es una sala de espera infinita.

O. escucha las conversaciones ajenas con apatía. Son conversaciones que ella ya ha tenido, conversaciones que ha protagonizado y que en su momento la hicieron estallar en carcajadas, pero que pasan a su lado ahora como un tren de cercanías en el andén contrario.

O. come. Se hincha de materia el estómago. Lo alimenta como si fuese el corazón. Se desarma en lágrimas, sonríe, camina a prisa, arrastra una maleta vacía. Llena de sueños. Vacía. Llena de desamor. Vacía. Llena de Soledad. Vacía. Llena de sí misma. Vacía. 

Con el estómago a reventar, la maleta vacía y la piel de la cara empapada, O. se deja atrapar en las puertas giratorias, leyendo sin descanso el cartel de "Por favor, no se detenga", y no se detiene ni un momento; nada. Y la gente la mira y solo ve que no para nunca, pero no ve ni sus lágrimas, ni su estómago a reventar, ni la maleta, ni a ella, ni el tiempo que lleva dándole vueltas a la vida.

martes, 1 de mayo de 2012

Se me cae


A veces se me cae el corazón, se me resbala por el pecho hacia abajo. Lo siento, siento cómo va descendiendo poco a poco hasta depositarse encima del estómago. Lo noto entre otras cosas porque la voz se me pone bajita. No como en susurros, pero sí como lenta y dulce, calmada.

Justo entonces siento que me crecen los acantilados al borde de la piel. Me crecen con violencia aunque silenciosos, y siento la realidad como olas estrellándose en mí.

Todas estas cosas que siento, se resumen en que necesito un abrazo. De los de verdad. De los de me importas y para mí eres única y quiero estar contigo.

Y ya está. Eso es todo.

Soledad, sirve el té. 

lunes, 30 de abril de 2012

Ven, verano.

Estoy cansada del invierno. Que sí, que ya sé que hace más bien poco me emocionaba de solo pensar en ponerme un jersey enorme y esconder las manos en las mangas, mientras me fumaba un cigarro en la ventana y veía llover, muerta de frío. Y que solo quería tomarme cafés calentitos viendo alguna película. O cocinar bizcochos escuchando boleros.

Ahora mismo siento el frío como una manta de oscuridad que me aplasta. Me siento su rehén. Se me deshace el cuerpo en sueño, en ganas de dormir, en apatía. 

Yo quiero despertarme con los rayos de sol golpeándome la cara, ponerme un vestido suavecito, coger al gato en brazos y tumbarme en el suelo de la terraza para sentir las baldosas calientes en mis piernas, escuchar los pájaros, oler las flores. Quiero desayunar zumo de naranja fresquito, recién exprimido, y después salir a andar en bici escuchando música, hasta la playa.

Quiero oler el mar, sentir la brisa en la cara, quemarme los pies con la arena ardiendo, meterlos en el agua, hacer dibujos en la orilla, comer un helado sentada en las dunas, una ensalada fresquita, una cerveza helada, otro paseo, los niños, las cometas, las sandalias, los colores de los bikinis, las formas, los cuerpos, los juguetes, las sonrisas, el pelo mojado, las pecas, el olor de la crema de protección solar, las toallas, las sombrillas, el momento en que la playa empieza a quedarse sola y solo unos pocos valientes se dan los últimos baños antes de que empiece a atardecer...

Quiero verano. Lo necesito.

lunes, 23 de abril de 2012

Amanece




Me sube el dedo por la cuerda de la guitarra al mismo tiempo que se acuesta el sol por la bahía. Me siento vibrar el pecho con su voz a través de mis oídos, y se coordina con el viento en las ramas de los árboles. Siento una aceleración pausada en el corazón, me pestañean los ojos como si quisieran salir volando y me parece que soy una recién nacida gritando en silencio de la angustia de saber que no me queda más remedio que crecer.

Estoy esperando que se me funda la nieve del invierno con esta primavera y no termina nunca de hacer frío. Se me mezclan las estaciones. Ya no sé si soy verano con este hielo ártico abrazándome las venas, o si soy invierno, que el calor también me palpita a veces a grandes llamaradas por el pecho.

Voy buscando indicios de ganas de vivir en los espacios entre las hojas de cualquier árbol. Voy esperándome, voy dejándome llevar, voy flotándome, desterrándome. Me observo cambiando de piel, desplazándola con los dedos en silencio entre suspiros, respiración entrecortada, pequeñas gotas de sueños que se evaporan hacia dentro. 

(...)

sábado, 7 de abril de 2012

[Fragmento eliminado]



Se me está despertando el viento
aquí en mi cintura.
Le están creciendo los dedos.
Aquí, aquí. Siempre más aquí.

Siempre más adentro.
Siempre extendiéndose.
Siempre resbalando.

Me salen alas abstractas.
Alas con forma de raíces,
con forma de infierno,
de lava.

Con forma de silencio
me crecen estas alas hacia ti.
Hacia ti que eres yo.
Hacia yo que soy nada.

Tú me pesas un poquito.
Me luchas contra el viento de la
cintura.
Me afeitas las alas.
Calla.

Calla, porque no existo.
Calla, porque te pienso.
Porque también existes solo un
poco.
Fíjate bien, justo aquí.

Existes justo aquí en mi lunar.
Justo aquí en mi nariz,
en este labio de suerte,
en esta pestaña torcida.

[Fragmento eliminado]

No existo yo en ella,
no existo en su piel invertida.
[Fragmento eliminado]

Quiero borrarme del tiempo,
de todas las horas que llueven,
de todos los espacios.
Los ecos. Las sombras.

Tengo la luz gimiéndome en esta
oscuridad.
Déjanos salir,
salir, correr, desmayar, dormir.

Déjanos dormir en ti.
O qué sé yo. 

No sé. 


lunes, 19 de marzo de 2012

Hola Dios:

Te escribo esta carta porque quiero darte las gracias. 

Quiero darte las gracias por la poquita autoestima, autocontrol y fuerza que has puesto en mí. Quiero darte las gracias por poner lejos de mí todo lo que quiero, todo lo que me importa. Quiero darte las gracias también por todo lo que haces para impedirme conseguir lo que quiero: distancia, dinero, emociones, personas...


Sé que haces todo lo posible para ponérmelo difícil, y quiero que sepas que soy consciente de ello, de verdad.


Te pido perdón por seguir intentándolo a pesar de todo. Te pido perdón porque todos los días me acuesto habiendo dado un paso más hacia lo que me importa, porque sigo soñando, sigo deseando llegar a todas esas metas que tú me dices que son inalcanzables, o que no me las merezco.

Porque a pesar de todo sigo pensando que puedo, sigo aprendiendo, sigo reflexionando, sigo siendo inconformista, sigo enfrentándome a tus "no", sigo revelándome contra tus "nunca" con mis "quizá", "tal vez", "es posible", "a lo mejor", "puede", "probemos", "podemos intentarlo".

Sé que a otros les has convencido. Perdóname, pero no podré evitar llevarte la contraria también a través de ellos. Perdóname porque seguiré queriendo lo imposible. 

Espero que sepas acogerme en tu infinita misericordia.


viernes, 9 de marzo de 2012

Todo lo que necesito está aquí. Ahora. Ha estado siempre. Estará por siempre.

En  mi piel, en mis dedos, en mis piernas, en los huesos que me sostienen, en todo lo que ya poseo, en este pelo, la realidad que se mueve cuando pestañeo, en todos los pasos que doy y sobre todo en mi corazón que late en mi cabeza.

Todo lo que quiero es lo que sueño, despierta o dormida, sola o acompañada. No dejo de anhelar eso que llaman vida, cada vez más como un gesto amargo de cotidianidad, de hábito adquirido, de rutina aburrida, aplastante. Y por los huecos de la existencia me dejo llevar, flotar, llorar, fluir.

Conecto con mi fantasía y me vibra la piel. La vida es el deseo de vivir, las ganas, los nervios, las fuerzas extraídas de objetos inanimados, de naturalezas muertas, de recuerdos.

Todo es un continuo caer, elevarse, entrar, salir, odiar, amar, olvidar, recordar. Soy capaz de sentir la brisa del mar erizándome la piel a través del aire que dialoga con mi cuerpo cuando bailo desnuda en la habitación. Se me dilata la imaginación.

Me desarmo.

Vivo.

lunes, 20 de febrero de 2012

O. tiene una mariposa del tamaño de París en el estómago. Le salen llamaradas de fuego de los dedos, y el corazón, más que palpitar, le tiembla.

O. sueña con el caos solo cuando está muy despierta. Descuelga su miedo en la sonrisa de un hombre lleno de aristas cortantes, de recovecos, de huellas de dolor escondido. Su inseguridad es la manta más reconfortante que haya probado jamás.

Para no creérselo, O. se aferra a la realidad de otros hombres, aunque sabe que no es la suya. Como si fuese una actriz profesional, finge que se excita cuando le hablan.

Es curioso, porque hace unos años cualquier muestra de interés hacia ella desembocaba en un fluido denso entre sus piernas. Hoy, sin embargo, se le ha vuelto exigente el cuerpo. Como si un trombo saturase la conexión entre el corazón y su sexo, y solo alguien que le haga bombear fuerte le permitirá sentir verdadera excitación.

*

Los acontecimientos se han precipitado como una tormenta de verano en plena fiesta en la playa. O. tenía en su cielo cinco aventuras con cinco hombres diferentes, y ahora se van esparciendo, difuminando. Algunos incluso desaparecen.

"D" se ha esfumado. Se precipitó sobre ella tan fuerte y tan rápido, que no pudo ni imaginarse que pudiera llevar un paraguas, y mucho menos que hubiese cuatro hombres más arrastrándola por los soportales, deseando posar sus labios en ella casi tanto como él. "D" prefiere ocultarse porque "D" sabe que está enamorado, y huele el fuego creciendo en su interior. Mejor parar antes de quemarse.

"C" sigue allí, en el mismo sitio. Precisamente por eso no se da cuenta de que ambos se desplazan. "C" se excita cuanto más le crece la distancia, y solo quiere entrar en ella. Entrar en ella todo él, bucear en su profundidad sin límites. Más que eso, tratar de encontrarlos en su oscuridad, que se le antoja violenta, tierna y sexual.

O. sin embargo finge los orgasmos. Escribe onomatopeyas como trozos de hielo que es esparcen por un calor que no es suyo.

O. solo piensa en "B". En la forma en que mira sus letras, porque sabe que existe más cuando escribe, y se siente visualizando su propia historia de amor. En directo. O. se permite amarle porque es todo un gran secreto. Amarle. O. le ama. Le tiemblan los cimientos de todas las ausencias, de la colección de miedos que construyen su ser. Si alguna vez él sintiese lo mismo, se esfumaría, con toda certeza. La enorme mariposa rasgaría el vientre de un solo aleteo y emprendería el vuelo ante ambos, dejándolos perplejos.

viernes, 13 de enero de 2012

Cuerpos

A veces me repugna lo parecidos que podemos llegar a ser. 

Os veo como una masa uniforme de miembros desplazándose, emitiendo sonidos. Me desespera. Todos la misma piel, el mismo pelo, las mismas risas.

Entonces solo me consuelan vuestras tristezas, porque ahí sí me siento un poco diferente. Mi hueco no casa con vuestras enormes presencias, pretensiones de amor, de romanticismo, de letras que me suben y me bajan la comisura de los labios.

Me avergonzáis porque me entretenéis de lo importante, me engañáis con vuestros gestos y vuestras rutinas. Me hacéis confundir mi soledad elegida con vuestro rechazo, y luego sin embargo siento la carga de expresar vuestros miedos con todo mi cuerpo, llorando de placer.

Tenéis tanto vértigo, os atrae tanto el caos, que disfrutáis hasta el extremo cuando me dejo caer en el vacío con los brazos en cruz. 

domingo, 8 de enero de 2012

Me aplastas

Se echaba a llorar Julie Delpy en el taxi porque algo se había muerto años atrás cuando le conoció, porque desde entonces ya no era capaz de sentir.

A veces pienso que el corazón, o el amor, o lo que sea, no se puede reponer. Qué evidente ¿no? Pues a mí me cuesta asimilarlo.

Llega el primero y lo das todo. Después se rompe. El corazón se pudre despacito y le arrancas un pedazo para sobrevivir. En el siguiente te esfuerzas más. Quiero decir, te controlas más para sufrir menos, pero también tienes menos amor. Porque el corazón es más pequeño, e inseguro, y dedicas más tiempo y esfuerzo a protegerlo que a disfrutarlo.

Entonces se vuelve a romper. Y ahí ya te tienes que empezar a plantear cómo se vive sin él. Porque ya casi te ha desaparecido, pero vamos, que el espacio que deja es exactamente el mismo.

Ya está. Olvidas el corazón; que no te lo toque nadie, que se desintegra. Te ocupas entonces en llenar el vacío. Y resulta que encuentras a alguien que encaja casi a la perfección. Pero te roza un poco. Supongo que es lo normal al tener dos cosas así en el pecho, que no para de moverse, de ir y venir, y parece que empiezan hasta a pelearse; yo estaba aquí primero, me haces daño, échate para allá, no me dejas respirar.

Entonces se va.

Y el pedacito de corazón que te queda sobrevive, sí.

Pero tú... eso ya es otra historia.