martes, 5 de junio de 2012

Kit de emergencia contra la tristeza



Estoy tan acostumbrada a estar triste que me tomo mis bajones como síntomas de unas enfermedad crónica que arrastro desde la infancia. No es una tristeza adolescente. Llamo tristeza adolescente a esa tristeza cegadora que me golpeaba cada cierto tiempo cuando tenía 16 años. Era un sentimiento realmente cegador porque ocultaba gran parte de la realidad bajo su peso. Cuando aparecía, no era capaz de ver nada más, de sentir nada más que no fuera eso. Con el tiempo, cada vez que me sobreviene uno de estos ataques, voy aprendiendo a que discurra por dentro, o de una forma paralela a mi felicidad. Nunca estoy completamente triste, pero tampoco completamente feliz. Es como si me desdoblase y estuviese en dos mundos paralelos por unas horas. Me he entrenado muy bien para traer a mi mente las frases, las palabras que me devuelvan la objetividad, la racionalidad. Las palabras, actitudes y posturas que me permitan seguir. Los efectos secundarios de esta medicación son un color gris que tiende a cubrirlo todo, una cierta apatía, un poco de soledad y una sensación como metafísica de continua reflexión sobre todo.

Guardo en el cajón un botiquín contra la tristeza que contiene: fotografías del verano, la canción "I know what I know" de Paul Simon, un biquini, una rosa (puede servir cualquier flor, en realidad), unas palabras de una persona a la que quiero, un gato, una taza de café o de té, un recuerdo de la infancia, la sonrisa de un niño, el olor del mar, un abrazo de mis padres, una casita hecha con sábanas, un árbol, un baño en el río, el recuerdo de una noche de verano acariciándome la mano con un chico en secreto, la sensación del frío de las baldosas en los pies cuando hace calor, un paseo en bicicleta, un helado, un renacuajo, un globo de agua, un estornudo, un lametazo de mi perro, un disco de vinilo, un baño en el mar mediterráneo, un paseo por el Retiro de Madrid, y bueno, casi que no me entra más, así que voy a tener que hacer un poco de hueco para otro. 

Yo creo que me da para empezar una colección. O una vida, como lo llama la gente. 

1 comentario:

Noira Dupont dijo...

Precioso texto. Y es que todos tenemos un cajita de latón con nuestros más profundos tesoros totalmente irreemplazables.
Aunque normalmente, en vez de curar la tristeza, la transforman en melancolía.
Besitos de golondrina.