martes, 26 de junio de 2012

Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi, y apuesto a que será uno de esos momentos que vendrán a mi mente el día que todo acabe.

Iba a encontrarme con ella, jamás nos habíamos visto. Llevaba los nervios cubriendo la piel como si fuese una vibración invisible, con los ojos abiertos de par en par registrando las fachadas de los edificios y los comercios.

Cuando abrió la puerta me pareció preciosa. Tenía una sonrisa inmensa y después de dos segundos, apenas habíamos intercambiado medio "hola" y ya me sentía como en casa. Recuerdo la forma en que giró la cabeza hacia un lado, la manera en que la blusa acompañaba su simpatía, la sensación de cercanía cuando me dio dos besos. "Quiero besarte". De toda nuestra conversación que duró nueve horas sin descanso, el 80% eran ganas de besarla. 

Se tiende a pensar que el flechazo es el que atraviesa a uno solo, como mucho a dos personas de una manera recíproca. Yo lo que sentí cuando apareció ante mí fue una flecha que me atravesaba hacia ella, que se insertaba en las dos, que nos unía. 

Ahora esa imagen se acuesta en mi estómago por las noches antes de dormir cuando me siento sola. Y me reconforta. Incluso con esta horrible almohada.