martes, 13 de abril de 2010

El día que dejé de querer creer

Aquel año, cuando llegó la insoportable temporada de las comuniones, mi madre me llevó al baño, mientras hacía la colada, para hablarme de Dios, del todo, de la religión, de la conciencia, la moral, y un montón de cosas más de las que supongo que, en aquel momento, sólo me quedé con lo básico. Comprendí que era un tema importante, no un juego. Mi madre me dijo que cuando fuese más mayor podría decidir yo misma. En el cole, mientras tanto, los niños me decían que si no estaba bautizada no existía... Pero a mí, poco a poco, me fue dando igual.

Un día que hacía mucho calor, saqué a la calle las sábanas viejas que teníamos en la cuadra, mis tres muñecos favoritos (Marta, Ringo y Busy), y nos tumbamos los cuatro a tomar el sol. Al rato pasaron dos chicas con sus vetidos de princesitas, sus peinados y sus guantes, y me saludaron:

-¿Tú no haces la comunión?

- no, la haré cuando sea mayor, si quiero.

- Pues no sabes todos los regalos que te pierdes, jijiji.


Y claro, después de toda la charla ultra profunda de mi madre sobre la importancia de la decisión, vi la luz.

Joder, lo único por lo que me arrepiento de no haber hecho la comunión, es por no poder reclamar ahora la apostasía.


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