martes, 23 de marzo de 2010

Pesadilla

Mis sueños no podían torturarme más esta noche. Estando como estoy (no de muy buen ánimo, la verdad), debería haber sido todo lo contrario: Un sueño haciendo el amor a la luz de la luna en una playa paradisíaca, o algo similar. Pero qué va. Esta noche mis sueños me han robado todo lo que más quería, y me han enfrentado una vez más a mi soledad. Como para recordarme que ni ahí me puedo escapar de ella. Y tampoco de mis preocupaciones:

Quería verte ya, así que, angustiada, emprendía un largo viaje. Converso con alguien en el autobús y le cuento lo enamorada que estoy, lo feliz que me hacen esas promesas que nos hacemos. El hombre desaparece y me llamas por teléfono... Algo no va bien. Voy a perderte.

La angustia me oprime el pecho, pero no consigo llorar. Espera, que ya llego.

Me bajo del autobús pero no recuerdo cómo se llegaba a tu casa. Es imposible, no hay manera... Pero sólo hay una forma de cruzar al otro lado y seguir el camino. Tengo que entrar a un edificio a medio construir, abandonado. Desde lejos parece en buen estado, así que entro y subo las primeras escaleras. En el segundo piso todo ha cambiado: El suelo está lleno de excrementos, el aire está viciado: Los mosquitos me atacan. Sigo caminando y escucho gemidos. Una pareja de mulatos está follando en el suelo, entre la mierda, y me miran. Intento no hacer caso, más adelante veo una especie de patio y hay gritos de niños. Me acerco hacia allí, y veo a un tipo con botas de pescador, frente a una fila de niños desnudos, embadurnados en grasa: no se les ve la cara, algunos lloran, y están delgaditos. Tengo miedo, y no puedo impedir alejarme, pero paso tan cerca de ellos, que algunos se giran e intentan tocarme. Me voy, vuelvo atrás, corriendo, y sigo perdida. Quiero llegar a ti, quiero estar contigo, ¿cómo puedo no acordarme de dónde estabas?

Camino, evito el edificio, y llego a un montón de casas. Hay gente que me ofrece su ayuda... Apenas tienen dinero, pasa el tiempo hablando con ellos, pero no terminan de decirme dónde estás. (aún lo recuerdo y siento que no puedo respirar...). Les pido ayuda pero no me dejan irme. Te llamo... me han secuestrado. Tú no me crees y cada vez te siento un poco más lejos. Otra vez quiero llorar y no puedo. Me acerco al acantilado, sé que puedo tirarme y acabar con todo, pero eso no te devolvería a mi lado.

Entones, una niña se acerca despacito a mí, me agarra de la mano y me lleva por calles que parecían escondidas: A partir de aquí, tienes que seguir sola, me dice. Y corro, corro, corro, corro por las calles empedradas, entre las casas, cuesta abajo, hacia la ciudad. De pronto recuerdo que aún queda mucho hasta tu casa. Que tengo que coger un autobús, o algo así. Lo hago y llego a una ciudad que parece Salamanca. Hay fiestas y mucha gente por todas partes. Me tropiezo con ellos, y ahí estoy aún más perdida si cabe. Yo sólo quiero llegar a ti, ¿Por qué es tan difícil todo? Mis padres me llaman y me ofrecen quedarme  en un hotel, así que lo busco, y entro. Subo a la tercera planta en el ascensor con una familia con hijos. Todos son muy majos, pero yo no estoy de ánimo. De pronto me doy cuenta: ¿Qué estoy haciendo? no quiero descansar, no quiero dormir, quiero VERLE.

Intento volver a la calle, pero ese edificio es un laberinto. no consigo encontrar la salida, no consigo encontrar la salida....

Me despierto llorando. Te llamo pero no estás. Aún puedo dormir media hora...

Estoy en la playa. Estoy con mis padres y con Salka, la niña del sáhara que pasó con nosotros dos veranos. Todo está despejado y los acantilados son preciosos. Me siento en paz, aunque, de alguna manera, sigo queriendo estar contigo.

Bajamos a la playa, jugamos y el tiempo pasa. Poco a poco, sin darnos cuenta, el nivel del agua ha subido, y cada vez estamos más cerca de los acantilados. De pronto escuchamos una alarma: Del mar se acerca una ola gigante, no podemos correr, y se choca contra nosotros. Después de esas vienen muchas más, pero no podemos huir. La primera en desaparecer es Salka. Me duele el alma, quiero salir de allí, no quiero perder a mis padres...  Las olas son cada vez más fuertes, es imposible llegar a la zona de entrada a la playa y el acantilado nos atrapa. Tampoco se puede trepar, al menos por allí.

Corremos hacia otra zona del acantilado, pero cuando vuelvo la vista atrás, veo como el mar arrastra a mis padres. Yo no sé qué hacer, pero sigo corriendo, y me agarro a las rocas que sobresalen de la pared. Intento trepar, subo poco a poco, y allí el mar ya no me alcanza.

Al fin aparece un helicóptero de salvamento, que me lleva a la parte superior de los acantilados, donde hay algunas personas más de salvamento:

¿Se ha muerto mi padre? ...lo sentimos mucho...
¿Y mi madre? ¿Y Salka? ...lo sentimos mucho, de verdad...

Y grito de dolor, de desesperación, quiero llamar a casa porque no me creo que ya no estén....

Entonces me acuerdo de ti... Y me despierto... llorando...

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