lunes, 30 de abril de 2012

Ven, verano.

Estoy cansada del invierno. Que sí, que ya sé que hace más bien poco me emocionaba de solo pensar en ponerme un jersey enorme y esconder las manos en las mangas, mientras me fumaba un cigarro en la ventana y veía llover, muerta de frío. Y que solo quería tomarme cafés calentitos viendo alguna película. O cocinar bizcochos escuchando boleros.

Ahora mismo siento el frío como una manta de oscuridad que me aplasta. Me siento su rehén. Se me deshace el cuerpo en sueño, en ganas de dormir, en apatía. 

Yo quiero despertarme con los rayos de sol golpeándome la cara, ponerme un vestido suavecito, coger al gato en brazos y tumbarme en el suelo de la terraza para sentir las baldosas calientes en mis piernas, escuchar los pájaros, oler las flores. Quiero desayunar zumo de naranja fresquito, recién exprimido, y después salir a andar en bici escuchando música, hasta la playa.

Quiero oler el mar, sentir la brisa en la cara, quemarme los pies con la arena ardiendo, meterlos en el agua, hacer dibujos en la orilla, comer un helado sentada en las dunas, una ensalada fresquita, una cerveza helada, otro paseo, los niños, las cometas, las sandalias, los colores de los bikinis, las formas, los cuerpos, los juguetes, las sonrisas, el pelo mojado, las pecas, el olor de la crema de protección solar, las toallas, las sombrillas, el momento en que la playa empieza a quedarse sola y solo unos pocos valientes se dan los últimos baños antes de que empiece a atardecer...

Quiero verano. Lo necesito.

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