Me sube el dedo por la cuerda de la guitarra al mismo tiempo
que se acuesta el sol por la bahía. Me siento vibrar el pecho con su voz a
través de mis oídos, y se coordina con el viento en las ramas de los árboles.
Siento una aceleración pausada en el corazón, me pestañean los ojos como si
quisieran salir volando y me parece que soy una recién nacida gritando en
silencio de la angustia de saber que no me queda más remedio que crecer.
Estoy esperando que se me funda la nieve del invierno con
esta primavera y no termina nunca de hacer frío. Se me mezclan las estaciones.
Ya no sé si soy verano con este hielo ártico abrazándome las venas, o si soy
invierno, que el calor también me palpita a veces a grandes llamaradas por el
pecho.
Voy buscando indicios de ganas de vivir en los espacios
entre las hojas de cualquier árbol. Voy esperándome, voy dejándome llevar, voy
flotándome, desterrándome. Me observo cambiando de piel, desplazándola con los
dedos en silencio entre suspiros, respiración entrecortada, pequeñas gotas de
sueños que se evaporan hacia dentro.
(...)
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