viernes, 6 de mayo de 2011

Gata.

Elegí el nombre sin dudarlo ni un minuto. Había tenido más gatos antes, pero siempre acababa llamándolos igual. Gato o Gata. Ese nombre tan amplio, tan poco específico, ha permitido que guardase en él todos los recuerdos, todas las asociaciones, las ideas, las imágenes que hoy están aquí, en mi cabeza.

Después de mudarnos a esta casa, apareciste por sorpresa una mañana en nuestro jardín. Te dimos algo de comer... y te quedaste para siempre. Al principio a mis padres no les hacía gracia la idea. Un gato, con todas las responsabilidades que llevaba consigo... y encima hembra. Una tarde, te llevaron en coche hasta la playa, y allá que te dejaron, esperando que tomases otro rumbo. Pero no lo hiciste. Supongo que habías tomado una decisión, y por la mañana ya tenías las patitas sobre el cristal.

Gracias a ti conocí a un gran hombre, un hombre que casi casi fue como mi abuelito, y que luchó tanto en Cantabria por los derechos de los animales... Te operamos, y fue así como aceptamos que a partir de entonces formarías parte de nuestra familia.

Nunca fuiste muy cariñosa. Apenas nos dejabas tocarte la cabecita, y en seguida lanzabas las zarpas enfadada. Yo siempre he creído que eras un poco mandona, y que lo que en realidad ocurría es que, en lenguaje felino, me decías cómo querías que te acariciase, y tonta de mí, que no entendía, siempre lo hacía mal. Y claro, te enfadabas conmigo. A veces era difícil entenderte. Sobre todo cuando te estirabas todo lo larga que eras y exponías tu barriguita al sol, como suplicando una mano en la tripa, pero apenas lo intentaba... ¡zas!

Siempre que hablaba de ti con alguien les decía: Mi Gata que no es una gata, es un bicho raro que no sabe decir "miau", que no ronronea ni se acurruca entre tus piernas, que no admite caricias. Y sin embargo de pronto a veces te escurrías entre mis piernas mientras colgaba la ropa, o frotabas tus bigotes con mi mano cuando me atrevía a rascarte detrás de las orejas.

Un día vi "Desayuno con diamantes", y te miré con otros ojos. Me prometí acostumbrarte a mis caricias. Y cada mañana muy a pesar tuyo te levantaba con mis manos y te cogía fuerte para que no tuvieras miedo.

Se me caen las lágrimas.

Hace unas semanas mi madre y yo te notábamos rara, y aún no tenías ningún síntoma. Pero actuabas extraño: buscabas caricias, te subías en el sofá a nuestro regazo, nos perseguías por la casa para no quedarte sola. Nosotras nos dimos cuenta, y desde entonces quisimos corresponderte.

La mitad de mi vida se dice pronto, y ahora te vas. Me dejas un poco más solita. Y no sé si sabes que te llevas contigo grandes partes de algunas historias que me hacen ser quien soy. Que han guiado mi vida. Te llevas porciones imborrables de recuerdos de personas que conocí, estoy segura, en parte gracias a ti.

Lo único que puedo darte es un enorme GRACIAS, y una parcela infinita de mi corazón. Solo para ti.

Dice el veterinario que te vas porque tenías un corazón tan grande en el pecho que no te dejaba respirar. Y no me cuesta nada creerlo.

Te quiero.

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