jueves, 8 de julio de 2010

Las cosas no son lo que parecen

Me llevó a follar al campo de golf, bajo su árbol preferido, la luna y las estrellas. A unos metros casi podía escuchar el sonido del mar.

- Qué cariñosa eres-. Me dijo como sorprendido. Yo apenas me reconocía, como siempre. A ratos dulce, en ocasiones agresiva y sexual. La mayor parte de las veces sólo pretendía olvidar el recuerdo de un amor adolescente: olvidar bebiendo y follando.

Más tarde, cuando me llevaba en coche a casa, pisó de pronto el freno y paró el motor. Yo, que no entendía nada, le miré con cara de sorpresa. -Mira, Gabriela- me espetó, -yo no soy ningún príncipe... Aunque claro, tampoco tú eres ninguna princesa-.

El final de esa historia fue diferente, como fueron diferentes todas las demás. También la tuya, de una sola noche. Follarte fue grandioso porque lo que entró en mí fue tu cerebro. Yo sólo soy un cuerpo sexuado con el alma rota, un cuerpo que apenas dialoga con su mente salvo cuando está enamorado. Allí, en aquella casa rodeada de libros, de historia, de vida, yacía mi medio cuerpo, mi media alma, mi mediocre cerebro. Y sin embargo te acomodaste en mi regazo y acariciaste mis pechos como un bebé. Y yo como una madre enredé mis dedos en tu pelo, mientras pensaba en él y lloraba.

No hay comentarios: