viernes, 23 de septiembre de 2011

Jaulas


Apenas me muevo siento el frío de las cadenas, de las rejas de todas estas jaulas que me oprimen. Que nos oprimen a todos, porque a veces me parece que solo yo me doy cuenta.


Me oprime el metal de lo que esperan de mí, de lo catalogado como normal. A veces incluso mi propio cuerpo me enjaula, aunque la mayor parte de las veces lo que hace es protegerme. Pero todo lo que usas para protegerte al final también acaba esclavizándote. Mi alma, mi espíritu, mi mente o mi intelecto, según cómo queráis llamarlo, no se encuentra más que obstáculos a la hora de emprender el vuelo. Así que me estrello atontada contra el suelo sin saber muy bien si estoy viva o muerta o si llegué a volar en algún momento.

La familia, los amigos, la cultura, la sociedad, la moral, la religión. No son más que máscaras y puertas blindadas de nuestro verdadero yo.

Ahora te invito a que te preguntes si tú estás siendo en este momento una jaula para alguien. Te invito a que te lo preguntes de vez en cuando, sobre todo si valoras la libertad, y aunque suene pretencioso, el amor.

¿Estás impidiendo a alguien el vuelo? Creo que deberíamos poner nuestra mente en ayudar a los demás a emprender el vuelo. En ayudar a perder peso en la cabeza, en lugar de sepultar continuamente la libertad bajo toneladas de prejuicios.

No es tan fácil distinguir cuándo estamos siendo libres o esclavos. Pero desde luego que la libertad nunca será tal cuando venga impuesta por otro. Porque si solo cumples las expectativas de los demás para que te dejen tranquilo estás dejándote llevar por el miedo. Y ese sí que es el mayor tirano. La libertad tiene que nacerte del cráneo.

Pero también se aprende.

Y para aprender hay que esforzarse. Así que esforcémonos en ser libres.

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